Hace unos días se conmemoraba el primer aniversario del desastre de Fukushima, y la prensa internacional analizaba desde todos los puntos de vista posibles el futuro de la energía nuclear. The Economist aporta un interesante análisis basado en el impacto económico.
En su análisis, The Economist recuerda cómo los accidentes de Three Mile Island, en Estados Unidos, el de Chernóbil, en Ucrania, sólo impactaron negativamente en la oponión pública. En ambos casos, la industria encontró rápidamente argumentos para desmantelar críticas tecnológicas fundamentadas. En el primer caso, recuerda el semanario, por la ausencia de muertes, lo cual venía a refrendar la supuesta seguridad de la central; en el segundo, la tecnología obsoleta y la falta de transparencia fueron justificaciones más que suficientes.
Fukushima, sin embargo, significa una cosa bien distinta. Cómo bien enfatiza el semanario norteamericano, el conjunto de centrales nucleares aportan apenas el 30% de la electricidad mundial y el crecimiento de la industria que representa se encuentra sometido a decisiones políticas. Y mantenerlo a toda costa sin la posibilidad de eliminar riesgos y sin mayores apoyos, obligará a repensar el modelo. En esencia, señala el articulista, por que se trata de una industria “demasiado cara” por el beneficio que aporta.
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