Que los vehículos eléctricos son el futuro es algo que venimos comentando desde hace tiempo en Efimarket. Que la crisis económica empieza a ser acuciante para algunos paises europeos es algo que los informativos se encargan de recordarnos a cada minuto, y que hay paises que están dispuestos a dar un paso al frente para hacer de los malos tiempos una oportunidad de mejora es algo de lo que nos alegramos y que sin duda es un paso importante para salir de esta situación económica incierta. Es una de las dos opciones que se plantean ante una situación así: optar por políticas de corte conservador y con el ahorro y la reducción de gastos como estandarte o arriesgar con inversiones valientes pero de alto valor añadido.
En Efimarket siempre apostaremos por la eficiencia energética y por el ahorro, aunque también por las inversiones arriesgadas pero ambiciosas que buscan el camino de la sostenibilidad y el uso eficiente de los recursos. Por eso aplaudimos medidas como la tomada por el ayuntamiento de París, que ha anunciado el estreno de su servicio de alquiler de automóviles eléctricos con 300 unidades disponibles, mientras España presume de haber alcanzado la venta de 300 piezas a finales de 2011 y ponemos a tu disposición una amplia gama de productos relacionados con la eficiencia energética y la movilidad sostenible. Aunque los números pudieran sugerir otra cosa, la diferencia es tan significativa en concepto como en ambición.
El estreno oficial del servicio eléctrico se ha producido en los primeros días de este mes de diciembre. Son ni más ni menos que trescientos coches eléctricos puros, con batería de lítio-polímero, con una autonomía de hasta 250 kilómetros, una velocidad punta de 130 kilómetros por hora y capacidad para cuatro personas. El régimen de alquiler es similar al del “bicing”, el alquiler de bicicletas que poco a poco ha ido consolidándose en distintas ciudades europeas. Pero lo más importante es que el servicio de recarga (unas cuatro horas) y el de mantenimiento está suficientemente repartido por la ciudad para facilitar el éxito del servicio, aunque uno lo que más destacaría es el diseño de su plan de negocio: el “bluecar”, como se denomina el coche, está pensado para ser negocio en el largo plazo, un tiempo en ningún caso inferior a los diez años.
La apuesta francesa, que irá incrementando la flota de vehículos disponibles en función de la demanda y de las distintas fases promocionales, contrasta largamente con los planes de los países del entorno francés. De hecho, en París entienden que se trata de la primera experiencia mundial de estas características y ciertamente, poco o nada hay comparable en el mundo. En España, sin ir más lejos, apenas hay 300 unidades matriculadas, en su mayor parte a cargo de administraciones y de grandes empresas para fines promocionales.
Uno podría achacar a los efectos de la crisis esta diferencia conceptual. Y muy probablemente, razón no le faltaría. En tiempos de contención del gasto público y de reducción del déficit, aventurarse con una aventura experimental podría ser visto como un despilfarro con aires de locura. Pero también podría intentarse una lectura inversa.
El experimento parisiense supone un desembolso inicial de unos 230 millones de euros a los que habría que añadir otros 80 anuales a cargo del mantenimiento de la flota. En una primera fase va a generar unos mil puestos de trabajo directos y se estima que cada vehículo eléctrico puede permitir que dejen de circular cinco convencionales. Si la apuesta resulta exitosa, en poco tiempo debería dejar de circular por París y sus ciudades adyacentes algo más de 22.000 vehículos con motor de explosión.
Visto así, la apuesta significa mucho más que el cambio de un tipo de coche por otro. En primer lugar, demostraría que la tecnología del vehículo eléctrico ya está suficientemente madura para afrontar sin problemas un circuito urbano amplio; en segundo lugar, disminuiría de forma significativa la contaminación ambiental derivada de la combustión de gasóleo y gasolina; y en tercer lugar, la contaminación sónica también se vería reducida.
Desde otra perspectiva, demostraría la viabilidad de un tipo de vehículos hoy demasiado caros para el bolsillo de a pie. Si el coche es viable, su producción masiva es más creíble y, en consecuencia, que sea más asequible para el público general sería mucho más esperable.
En cualquier caso, no nos vamos a engañar. La apuesta eléctrica de París es tan llamativa como arriesgada, puesto que en paralelo hay que introducir la cultura de alquiler y hacer que alquilar sea fácil para el usuario. Y eso es todo un reto, aquí, en París o en cualquier ciudad del mundo. Y tal vez sea el talón de Aquiles de esta novedosa experiencia.
Pese a ello, y como sucede en tantos casos, la diferencia estriba en si seguir un modelo conservador (como sería el caso español) o arriesgado e incentivador (el que va a seguir París).
Y de paso, decidir si hay algo más detrás de esta estrategia primera. Por ejemplo, posicionarse a nivel internacional en cuanto a modelo, incentivar al sector de la automoción para que apoye este tipo de iniciativas y, en definitiva, dar un empujón público al sector privado para que el vehículo eléctrico vaya consolidándose poco a poco como alternativa. Por supuesto, también al de la producción e ingeniería eléctrica para facilitar puntos de recarga accesibles.
Dicho de otro modo: la apuesta de París, si se consolida y extiende, puede provocar la ignición de uno de los grandes motores de cambio de modelo económico siguiendo un modelo en el que el sector público actúa de animador y cómplice del privado, pero en el que es este último quien finalmente asume el reto y el grueso del riesgo económico. Seguir criterios conservadores, como hace la mayor parte de Europa, tal vez signifique quedarse rezagado en un cambio que empieza a verse inevitable.
Fuente: Madri+d