Las empresas de servicios energéticos (ESE) no tienen mucha aceptación en nuestro país, a pesar de que nos proponen algo muy interesante: ahorrar en nuestro consumo energético (con las ventajas que ello supone además del ahorro económico) sin realizar una inversión inicial y sin asumir riesgos, ya que este tipo de empresas se encargan de buscar financiación para realizar los proyectos de eficiencia energética requeridos por la situación del clinte. A partir de ahí, una parte del ahorro que consigue el cliente va a parar a la propia ESE como amortización y todos contentos.
Las ventajas de este modelo de trabajo, ya asentado desde hace tiempo en otros paises de Europa, parecen numerosas ya que fomentan la eficiencia energética, el ahorro, la reducción de emisiones y gases invernadero y la creación de puestos de trabajo ligados a un negocio respetuoso con el medio ambiente.
Pues bien, en España el problema no parece venir por la falta de fondos destinados a financiar las ESEs, ya que según Rafael Herrero, presidente de la Asociación de Empresas de Servicios Energéticos (Anese), haberlos los hay. El problema más bien parece venir de un exceso de recelo por parte de los ciudadanos a este tipo de contratos, aunque también por la falta de motivaciones para ser eficientes y la excesiva permisibilidad que hay en nuestro país frente al derroche energético. A esto hay que sumarle una excesiva y lenta burocracia asociada a estos contratos.
La forma de trabajo de las ESEs nos permiten dos modelos principales de acuerdos (intentando siempre que el tiempo necesario para amortizar la inversión no sea superior a unos siete años). El primer modelo es de ahorros garantizados: estas empresas elaboran el proyecto para invertir en eficiencia, buscan financiación al cliente, llevan a cabo y supervisan el trabajo en los siete años que dura el contrato, y por todo ello reciben una remuneración incluida en el montante de la inversión. En este caso, es el cliente el que se queda con todo el dinero que deja de pagar en la factura energética. No obstante, si no se ahorra lo estipulado, la ESE se compromete a pagar la diferencia. El segundo modelo es de ahorro compartido: aquí es la empresa de servicios energéticos la que asume el crédito necesario para ejecutar el proyecto y el cliente no desembolsa más de lo que ya está pagando en la factura energética (en todo caso, paga algo menos de factura). La ESE cobra entonces del ahorro conseguido. Una parte va para el cliente y otra para la empresa que lleva el proyecto. Esto, hasta que termina el contrato, al cabo de esos cerca de siete años, momento en el que el cliente se queda con todo el ahorro.
Ahora bien, en cualquier caso el beneficio para cada cliente vendrá dado en función de su consumo energético, o más bien del porcentaje que este suponga dentro de sus gastos globales, siendo por ejemplo mayor en una industria cerámica (con gran consumo energético) que en un colegio. Aunque no hay que olvidar otros beneficios procedentes del cambio y renovación de instalaciones que repercutirán en aspectos de seguridad así como beneficios ambientales, si bien estos todavía no son valorados en su justa medida por gran parte de la sociedad.
Al hilo de todo esto, el presidente de Anese nos da pistas sobre cuando es conveniente un proyecto de este tipo: Si se tiene un sistema de climatización de más de 15 años, si se utilizan combustibles fósiles que no sean gas natural (carbón, gasóleo, propano, butano), si se emplea un sistema eléctrico para calentar agua…y por último sugiere que debería haber una mayor presión por parte de la administración para incentivar este tipo de proyectos.