Nada de sembrar vientos para recoger tempestades. Si lo que se quiere es disminuir los gases de efecto invernadero, una ayuda puede ser sembrar el mar con hierro para fertilizar las algas. El ensayo del barco Polarstern, en el que participan investigadores españoles, parece que ha dado sus frutos, según pubica Nature.
La idea parece sencilla… pero es arriesgada: si las plantas son el mayor sumidero de CO2 del planeta (la Amazonia no se ha ganado su apodo de pulmón del planeta solo por el oxígeno que libera), hay que ir donde más masa verde se acumula: el mar. Las algas, sobre todo las diminutas que forman el fitoplancton, son la base de la cadena trófica marina. Y, como buenos vegetales, necesitan cantidades ingentes de carbono para sus estructuras, por pequeñas que sean.
En verdad su problema no es la falta de este compuesto. Con lo que producen los humanos, el aire está lleno (y su cantidad va en aumento). Pero ni el alga más modesta se conforma con solo carbono. Igual que el ser humano tiene unos requerimientos de minerales y otros productos, a su escala las algas también lo necesitan. Así que la idea del proyecto consiste en abonar el mar para que las algas, así estimuladas, atrapen el CO2 al proliferar. Dicho y hecho. En enero de 2009 comenzó la siembra de seis toneladas de sulfato de hierro en polvo (como el que se vende como abono para plantas) en un área de 300 kilómetros cuadrados del océano Antártico.
Los resultados han sido positivos. Según publica Nature, por cada átomo de hierro, se absorbieron 13.000 de carbono. Gracias al número de Avogadro y unas pequeñas reglas de tres, la proporción se puede visualizar más fácilmente así: por cada gramo de hierro, 2,7 kilogramos de carbono. La mitad de esta cantidad acabó a más de mil metros de profundidad cuando las algas murieron. Es decir, se consiguió el propósito de retirarlo de la circulación.
Sin embargo, ni siquiera los autores del trabajo lo consideran definitivo. El propio Victor Smetacek, un biólogo marino del Alfred Wegener Institute de Berlín que dirigió el trabajo, admite que hay todavía incógnitas. Ya hay experiencias en las que arrojar fertilizantes —de manera involuntaria— al mar han causado un desastre. Es lo que sucede con los desiertos marinos, como el de la desembocadura del Misisipí, donde las algas, al crecer, consumieron todo el oxígeno del agua y la dejaron yerma para cualquier forma de vida.
Otro riesgo es que se creen plagas de algas (como las famosas mareas rojas o pardas) que acaben con otras formas de vida por liberación de tóxicos o pura competencia por los nutrientes. Además, la composición del fitoplancton podría cambiar al modificar artificialmente sus condiciones de vida, con consecuencias imprevisibles.
La solución, como en casi todo lo que empieza, está en seguir investigando.
Fuente: El País