Queremos compartir con todos vosotros un artículo de nuestro colega Jorge Morales de Labra, publicado en El Diario.es, que pone de manifiesto mediante analogías muy fáciles de entender, el problema energético de nuestra civilización moderna, la posibilidad de solventarlo mediante la tecnología de energías renovables disponible actualmente, y la absurdez de la reforma energética del «criminal» ministro de Industria José Manuel Soria, el hazmereir a nivel mundial, por inventar «un impuesto al sol».
«Memorice esta cifra: 71 esclavos. Son los que necesitaríamos cada español tan solo para proveernos de la energía que consumimos. Me refiero, por supuesto, a cifras medias del total del país que, además del consumo en los domicilios y otros edificios, incluyen el de la industria, el transporte y otros usos.
La cifra está calculada suponiendo que cada esclavo fuera capaz de proporcionar 100 W de potencia de forma sostenida durante 12 horas consecutivas todos los días del año. Si frecuenta una bicicleta estática sabrá que subir de 70 W exige un esfuerzo en absoluto despreciable.
Piense por un momento en la logística para mantener tan ingente cantidad de esclavos en su entorno: espacio, comida, reposición de bajas… En seguida se dará cuenta de que nuestro planeta, sencillamente, carece de los recursos necesarios para mantener esta pesadilla. El número de habitantes del mismo tendría que ser tan grande que no habría forma de alimentarlos.
¿Cree que es casual que la súbita desaparición de la esclavitud en la segunda mitad del siglo XIX coincidiera con el desarrollo, y consiguiente popularización, de las técnicas de extracción y refino de petróleo? Sin ellas y sin esclavos ninguna de las civilizaciones que hemos conocido habría podido disfrutar del nivel de vida que alcanzaron. Y la nuestra, claramente, es el máximo exponente de nivel de vida.
Llegados a este punto posiblemente reflexionará -con razón- que el nivel de vida en España, medido en términos de consumo energético por habitante, no es de los más altos del mundo. Efectivamente, cada alemán necesitaría 103 esclavos y cada norteamericano, nada menos que 185, debido principalmente al efecto del mayor consumo de energía de su sector industrial. Teniendo en cuenta que compramos a otros países buena parte de los productos que consumimos, ciertamente deberíamos añadir a nuestra propia energía la que ha sido necesaria para fabricarlos.
Nuestra civilización vive en un espejismo desde principios del siglo XX debido a la disponibilidad de combustibles fósiles a un precio relativamente asumible. Es un espejismo porque el agotamiento de éstos es inexorable y rápido. Nadie sabe a ciencia cierta cuáles son sus reservas reales ni mucho menos el coste de su extracción; pero los órdenes de magnitud son tan solo de decenas de años: minúsculos incluso para la escala de nuestra joven civilización. En ningún caso podremos acabar el siglo XXI con la misma dependencia del petróleo con la que cerramos el XX.
«En ningún caso podremos acabar el siglo XXI con la misma dependencia del petróleo con la que cerramos el XX»
Aceptando el consenso generalizado de la imposibilidad de volver a la esclavitud –por suerte, en esto hemos avanzado, ya que al inicio de la revolución industrial no eran pocos los que preveían un regreso a la misma– la disyuntiva es clara: o estamos dispuestos a rebajar sustancialmente nuestro nivel de vida o tenemos que encontrar otras fuentes de energía.
Y he aquí que tenemos buenas noticias: nuestra cultura ha sido capaz de desarrollar en tiempo récord sistemas de aprovechamiento de energías renovables con una eficiencia notable y que, además, son capaces ya en 2013 de competir en precio con los combustibles fósiles a pesar de que éstos no incorporan en su precio numerosos de sus indeseables efectos sociales y medioambientales.
En términos comparables, bastan 85 paneles fotovoltaicos (con una potencia de 21 kWp ocupando una superficie de unos 150 m2) para sustituir nuestros 71 esclavos. Su coste de adquisición, hoy en día, sin incluir instalación ronda los 11.000 euros cuando hace tan solo cinco años superaba los 60.000.
De las cifras anteriores quizás le sorprenda, por excesiva, la superficie requerida por los paneles. Dado que es un argumento esgrimido recurrentemente por los detractores de las renovables permítame que me detenga a analizarlo. En primer lugar, estamos hablando de sustituir toda la energía consumida en el país, no solo la del interior de los domicilios. De hecho, el consumo eléctrico medio de una vivienda actualmente podría cubrirse con tan solo 7 paneles solares –menos de 12 m2 y menos de 1.000 EUR de coste–; pero es que, en segundo lugar, España cuenta con cerca de 11.000 m2 de superficie total por habitante, de los que casi 2.000 m2 corresponden a áreas urbanas. Es decir, bastaría en todo caso con cubrir menos del 10% de la superficie urbanizada con paneles fotovoltaicos para producir toda la energía consumida en el país. No parece un obstáculo insalvable.
Naturalmente el caso de la fotovoltaica es solo un ejemplo del avance de la tecnología. Para un suministro energético completo y eficiente habría que incorporar otras tecnologías renovables tales como la eólica, la hidráulica, la termosolar, la biomasa, la geotermia o las obtenidas a partir del mar. Aunque, salvando la gran eólica y la hidráulica, sus costes no son aún tan bajos como los de la fotovoltaica, todas ellas están recorriendo de forma muy satisfactoria su curva de aprendizaje, lo que nos permite ser optimistas con su utilización masiva en el corto plazo.
Constatada la importancia del problema estamos en condiciones de valorar adecuadamente el momento que estamos viviendo: por primera vez en la historia de la humanidad no solo es más sostenible social y medioambientalmente, sino también más barato disponer de la energía que necesitamos a partir de fuentes renovables.
Conociendo el enorme volumen económico asociado al sector de las energías fósiles, es fácil imaginar que existan fuertes resistencias a un cambio de modelo tan radical por parte de las empresas cuyo negocio depende principalmente de la explotación de éstas.
La situación alcanza el absurdo –paroxismo, dirían algunos– cuando en pleno mes de julio de 2013 el ministro del ramo en España, el Sr. Soria, enviaba una propuesta de regulación del autoconsumo eléctrico (en la práctica, de la instalación de paneles fotovoltaicos para el autoabastecimiento de electricidad) en la que, además de numerosas trabas administrativas, ideaba un cargo, primicia internacional, denominado “peaje de respaldo” para toda la energía producida por los paneles cuyo importe es un 27% superior al peaje que se paga actualmente por la energía comprada a las compañías eléctricas.
El argumento no puede ser más irracional: ante la incertidumbre en la producción a partir del sol, los productores-consumidores deben pagar las redes e incluso a las centrales que están disponibles para cuando la producción solar resulta insuficiente. Todo ello con independencia de que las utilicen o no. Se trata, en el fondo, de que los consumidores con paneles fotovoltaicos no sean “insolidarios” con los que no dispongan de ellas y contribuyan al pago de los costes del suministro de energía eléctrica que, a juicio del ministro, son esencialmente fijos.
Se han puesto numerosos ejemplos que desnudan las contradicciones de la propuesta: el de la huerta particular en la que se nos impusiera un canon por cultivar nuestros tomates por si nos quedamos cortos y debemos ir al supermercado; el de la chimenea que fuera gravada para cuando se acaba la leña y hay que conectar la calefacción eléctrica; el del WhatsApp que tuviera que pagar un canon para cuando no hay conexión de datos disponible y hay que sustituirlo por un SMS…
La exagerada reacción de las empresas interesadas en el mantenimiento de su statu quo en un asunto de vital importancia para nuestro desarrollo social debe ser, a mi juicio, contrarrestada. No cabe la indiferencia ante abusos tan evidentes y tan desproporcionados. Nuestro modelo social y nuestra relación con el medioambiente están en juego.
Para más información y propuestas, el libro Qué hacemos por otra cultura energética, de Manuel Garí, Javier García Breva, Begoña Tomé y Jorge Morales de Labra.»
Jorge Morales de Labra es ingeniero industrial. Fue miembro del Consejo Consultivo de Electricidad de la Comisión Nacional de Energía. Es Director de GeoAtlanter, forma parte de la Unión Española Fotovoltaica, y es miembro de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético.
Vía El Diario.es